Todos hemos oído hablar en alguna ocasión: me salvé por un minuto, un minuto antes, o un minuto después y ya no estoy vivo, etc, etc, pues así comienza la vida o la perdida de ella en los laboratorios de embriología.
El stress del tiempo, tanto para los gametos, como para los embriones, como para los embriólogos es algo con el que convivimos los que nos dedicamos a generar los primeros pasos de la vida.
Entre esos pasos hoy quiero comentaros el proceso de descongelación de embriones que llevan congelados a -196 grados bajo cero en nuestros tanques de crioconservación a la espera de devolveros al estado en el que pueden ser transferidos al útero materno.
Para que los embriones puedan soportar tan bajas temperaturas, necesitamos realizar en la congelación un proceso de intercambio del agua que tiene el embrión por unos crioprotectores que como su nombre indica lo protegen de su degeneración en el momento de la congelación y su almacenamiento posterior.
Dichos crioprotectores actúan de modo similar a como lo hacían antaño las sustancias anticongelantes que añadíamos a los radiadores de los motores de nuestros coches para que cuando la temperatura exterior descendía, el agua de su interior no se congelase, aumentase de volumen y fracturara todo el radiador y conducciones anexas.
Los embriones y óvulos tienen muy alto porcentaje de agua en su interior y por tanto , como hemos simulado anteriormente con la metáfora del radiador del coche, debemos permitir el intercambio de agua de su interior por los criopreservadores que les añadimos, en un protocolo establecido por el fabricante que nos vende dichas sustancias.
Si la calidad de los óvulos y embriones es buena, el protocolo se ha llevado a cabo de forma exitosa “y la mano del embriólogo” es experta, la probabilidad de que permanezcan congelados en buen estado y durante muchos años es muy alta.
Pero llega el día de la descongelación y como es lógico, tendremos que realizar el proceso inverso a la congelación, es decir, extraer el “anticongelante” que hemos introducido en las células y reemplazarlo por agua para que de forma natural toda la maquinaria metabólica vuelva a funcionar.
Ese día, preparamos todo en el laboratorio, para que “esa futura vida” que ha estado “durmiendo en el hielo” vuelva a reestablecerse. Y comienza el protocolo: indentificamos bien las muestras a descongelar, preparamos nuestro protocolo de descongelación y vemos que “solo tenemos un minuto” en el primer paso de descongelación, ¿volver a la vida en un minuto?, así es, de que todo vaya bien en ese primer minuto, dependerá el éxito de nuestro trabajo y la felicidad de la pareja que espera por nuestro trabajo.
En un minuto tenemos que sacar el soporte (conocido vulgarmente con pajuela) donde esta la muestra a descongelar (óvulos o embriones) que está inmersa en nitrógeno líquido e introducirla en la primera sustancia de nuestro protocolo para que de forma “casi milagrosa” lo que era un amasijo de células o célula constreñida, arrugada, a modo de uva pasa, recobre su aspecto maravilloso de como nos la regaló la naturaleza previa a la congelación.
En ese momento, ambos, la muestra (embriones y óvulos) y el embriólogo expanden un “alito” de satisfacción por la realizado que en muchas ocasiones roza lo mágico de la vida. Ellos, nuestros embriones y nosotros, nuestros embriólogos comenzamos a sentirnos partícipes del proceso inicial de una vida que ha estado “dormida bajo el frio” para terminar, en el mejor de los casos, con unos pasitos corriendo por el salón de la casa, que cuando abrimos la puerta y llegamos a nuestro hogar nos hacen felices EN EL PRIMER MINUTO DE NUESTRO ENCUENTRO.